43. No tengas miedo, solo cree

Al ver a la hija de Jairo resucitada, todos están llenos de alegría.

El camino de regreso a casa fue difícil. Una multitud seguía a Jesús, y las personas que se encontraban en el camino se unían, empujándolo constantemente. Aunque el tiempo apremiaba, la gente no lo dejaba avanzar fácilmente. Lo que más preocupaba a Jairo era que algunos fariseos conocidos estaban parados al borde del camino, observándolo con miradas de reproche. En su mente, libraba una batalla entre el temor y la preocupación por su hija. ¿Sería mejor dejar ir a Jesús y decir que todo fue un error? ¿No podría la enfermedad de mi hija curarse incluso sin llevar a Jesús? Si así fuera, podría mantener su posición como líder de la sinagoga sin problemas... Los pensamientos de Jairo se volvieron cada vez más confusos.

En ese momento, la voz de Jesús resonó:

“¿Quién me ha tocado? ¿Quién ha puesto su mano sobre mi ropa?”

¿Eh? ¿Qué significa esto?

“Maestro, la multitud te rodea y te empuja.”

“Con tantas personas aquí empujándote, ¿cómo preguntas quién te ha tocado?”

La respuesta de los discípulos tenía sentido. Con tantas personas alrededor, no era raro que alguien tocara su ropa. Jesús debía saberlo también. Entonces, ¿por qué preguntaba quién lo había tocado?

“Alguien me ha tocado. Sé que ha salido poder de mí.”

Jesús continuó hablando, y el corazón de Jairo ardía de impaciencia. ¿Quién era esa persona? Su hija estaba muriendo, pero Jesús se detenía para buscar a alguien en medio de la multitud. Jairo deseaba que esa persona apareciera rápidamente para que pudieran seguir adelante.

Las demás personas también comenzaron a mirar alrededor para encontrar al responsable. Entre los murmullos, una mujer tímidamente salió adelante. Su rostro era desconocido; no parecía ser alguien del lugar. Tenía una expresión temerosa, como si hubiera cometido un gran error. Al verla, Jairo se preguntó si su propia expresión era similar en ese momento: ¿por qué él también estaba tan temeroso por pedirle a Jesús que sanara a su hija? ¿Por qué tenía tanto miedo del juicio de los fariseos y de perder su posición como líder de la sinagoga? La imagen de la mujer reflejaba exactamente cómo se sentía él mismo. Jairo apretó sus labios para contener las lágrimas que amenazaban con salir.

La mujer se postró ante Jesús y comenzó a hablar sobre lo que le había sucedido:

“Llevo doce años sufriendo hemorragias. Debido a esta enfermedad, he consultado a muchos médicos; he sufrido mucho y he perdido toda mi fortuna, pero mi condición solo empeoró. Entonces escuché rumores sobre Jesús: decían que podía sanar cualquier enfermedad.”

Con voz temblorosa continuó:

“Así que caminé un largo camino hasta llegar a Capernaum. Esta mañana escuché que Jesús estaba en la playa y fui allí. Cuando lo vi venir, me acerqué entre la multitud y toqué el borde de su manto pensando: ‘Si tan solo toco su ropa, seré sanada.’ Y entonces...”

La emoción quebró su voz mientras las lágrimas brotaban:

“En el momento en que toqué su manto... mi enfermedad desapareció por completo. Después de doce años de sufrimiento... estoy completamente sana... sniff...”

Las lágrimas caían al suelo mientras ella lloraba con profundo dolor y alivio. La intensidad de su llanto hizo que todos los presentes se quedaran en silencio. Algunos incluso desviaron la mirada mientras secaban sus propias lágrimas en solidaridad con ella. ¿Quién entre ellos no había sufrido enfermedades o dificultades? Su dolor era el dolor de todos; su sufrimiento reflejaba el sufrimiento colectivo.

Jesús se acercó a ella como si estuviera cargando con todas las enfermedades y aflicciones presentes en ese lugar. Con ternura, colocó su mano sobre la espalda de la mujer y dijo:

“Ten ánimo, hija; tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda libre de tu enfermedad.”

Su voz cálida como los rayos del sol primaveral trajo consuelo al corazón de todos los presentes. ¿Quién más podría comprender tan profundamente el dolor humano como él? Con Jesús a su lado, parecía posible soportar cualquier sufrimiento en este mundo.


* * *


“Tu hija ha muerto. Ya no molestes más al Maestro. ¿De qué serviría?”

Mientras Jesús hablaba con la mujer, llegaron personas de la casa de Jairo con esta devastadora noticia: la muerte de su hija. ¿Qué pecado podría haber cometido una niña tan adorable y querida para que Dios se la llevara tan pronto?

Jairo sintió que el cielo se derrumbaba sobre él. Estaba lleno de tristeza y, en su corazón, comenzó a sentir resentimiento hacia Dios. También sintió enojo hacia Jesús por haberse demorado. Pensó: “Si hubiéramos llegado un poco antes, tal vez mi hija podría haberse salvado.” Sin embargo, al ver a la mujer postrada en el suelo llorando, Jairo no pudo evitar reconocer que toda la culpa era suya. Esto no era culpa de nadie más; era su propio error.

Su hija deseaba encontrarse con Jesús para ser sanada, y su esposa también quería llevarla ante Él. Pero había sido Jairo quien lo había impedido hasta ahora. Todo lo que estaba sucediendo era consecuencia de sus propios pecados. Su hija había muerto por su culpa, no porque Jesús hubiera llegado tarde.

Cubriéndose el rostro con ambas manos, Jairo trató de contener las lágrimas mientras el remordimiento llenaba su corazón. En ese momento, una voz cálida y reconfortante rompió sus pensamientos:

“No tengas miedo; solo cree, y tu hija será sanada.”

En algún momento, Jesús se acercó y colocó su mano sobre el hombro de Jairo mientras le hablaba con calma. Al mirar a Jesús, Jairo comprendió que llevarlo con él no era un acto sin sentido. Jesús no iba a la casa simplemente para presenciar la muerte de su hija, sino para devolverle la vida. Aunque su hija ya hubiera muerto, Jairo empezó a creer que Jesús podría salvarla. Después de todo, Jesús era enviado por Dios.

Con una certeza inexplicable, Jairo se arrodilló ante Él y dijo:

“Mi hija acaba de morir. Pero ven y pon tu mano sobre ella, y vivirá.”

Jesús sonrió y tomó la mano de Jairo para ayudarlo a levantarse.

 

* * *


Cuando llegaron cerca de la casa, se escucharon sonidos de flautas y los lamentos de las personas llorando. Un miedo repentino invadió a Jairo, pero Jesús, como si quisiera calmarlo, colocó nuevamente su mano sobre el hombro de Jairo. Al mirar a Jesús, Jairo vio su rostro confiable y recuperó fuerzas. Mientras estuviera con Él, no estaría solo. Con valentía, Jairo abrió la puerta y entró.

Había una multitud de personas reunidas, llorando por la niña. En medio de ellos, cinco personas llenas de esperanza entraron en la casa: Jesús, Jairo, Pedro, Santiago y Juan. Jesús, quien había venido a traer vida a un mundo lleno de muerte, se dirigió hacia la niña acompañado por ellos.

“¿Por qué hacen tanto ruido y lloran? No lloren más; la niña no está muerta, solo está dormida.”

Las palabras de Jesús provocaron risas sarcásticas entre las personas. Todos sabían que la niña estaba muerta; lo habían visto con sus propios ojos. Para ellos, era absurdo que alguien dijera lo contrario. Incluso en medio de su tristeza, algunos se burlaron de Él. Pero Jesús no prestó atención a sus comentarios y permaneció en silencio hasta que todos salieron del lugar.

Cuando quedaron solo Jairo, su esposa, Pedro, Santiago y Juan, Jesús entró en la habitación donde estaba la niña. Tomó su fría mano y dijo:

“Niña, a ti te digo: ¡Levántate! Talitá kum.”

En ese momento, el cuerpo inerte de la niña recobró fuerza y vida. Sus ojos se abrieron como si simplemente hubiera estado durmiendo. Frente a ella estaban las personas que más amaba: Jesús con una sonrisa cálida y sus padres llorando de alegría. Aunque no entendía por qué sus padres lloraban, la niña solo podía sentir el calor reconfortante de la mano que sostenía la suya.

Cuando la niña se levantó y comenzó a caminar, Jairo y su esposa la abrazaron mientras lloraban aún más fuerte. Especialmente Jairo lloraba con tanta intensidad que quienes lo conocían no podían creerlo.

Jesús dijo:

“Denle algo de comer a la niña. Y no le cuenten a nadie lo que ha sucedido.”

Con lágrimas en los ojos y sosteniendo a su hija en brazos, Jairo preguntó con incredulidad:

“¿Por qué debemos ocultar esto? Si otros supieran lo que ha hecho, incluso los fariseos que lo rechazan cambiarían de opinión.”

Sin embargo, Jesús negó con la cabeza sin dar ninguna explicación y permaneció en silencio.

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